Vivimos frustrados por la falta de tiempo. Pero a veces llegamos a emplear el mismo problema, como una excusa que nos libre de nuestra obligación y necesidad de practicar la oración. No es asunto de ver si uno encuentra el tiempo para orar o no. La orden es categórica: “Orad sin cesar.” El que no la cumple se secará, se volverá profesional. Será débil, sin fe, sin valor, lleno de incertidumbre y temor. La paz y gozo se le esfumarán.
No se puede dejar de respirar por mucho tiempo, aunque no tenga deseos de respirar o que le falte el tiempo para hacerlo. La oración es la respiración del alma que nos permite tomar aire puro y vivir sanos, disfrutando una vida espiritual plena. El ministro que no procura siempre ese “aire puro”, se morirá tan seguro como el que deje de respirar el oxígeno. Pregunte a los que han terminado en fracasos vergonzosos, si habían mantenido la costumbre de orar con toda el alma antes de caer. El agotamiento espiritual muchas veces no se nota al empezar a faltar la comunión diaria con Dios, por eso es más peligroso.
Si el orar es presentarse a Dios y reconocer que es el Ser supremo, dejar de orar significaría dar poca importancia a su soberanía, darle poca importancia a su voluntad. ¿Quién será tan necio como para ignorar al Eterno Ser supremo y echar a un lado sus maravillosos propósitos? Dios nos libre de semejante insurrección.
Dios nos manda orar no solamente porque necesitamos algo o porque nos viene bien para esa circunstancia, sino en todo momento. Estemos en pruebas o no, en gozo o sufrimiento, en victoria o luchando por ella, tenemos la obligación de mantenernos en comunión con nuestro Hacedor.
No orar es desconocer lo que Dios quiere hacer. ¿Cómo podremos cumplir fielmente con nuestro Jefe si no sabemos lo que él desea realizar, si ignoramos sus planes? Poco éxito tendría el empleado que se pusiera a trabajar sin saber lo que se propone hacer su patrón. Muy pronto sería despedido. Es inconcebible que el embajador de un país actuara sin conocer los deseos de su gobierno. Muchos enviados, sin embargo, del Comandante Celestial salen a realizar las obras sin realmente estar enterados de lo que él desea que hagan. ¡Qué atrevimiento! ¡Qué falta de respeto y consideración!
Pastor Lael Fernández
Artículo extraído del libro:
La Brújula para el Ministro Evangélico. (1979). (pp. 12–13). Miami, FL: Editorial Vida.
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